Berlín capital humano
Cómo finalmente nos convertimos en capital es el título de portada que en su último número ha escogido la revista berlinesa más popular y querida. Zitty, que aparece cada dos semanas en los quioscos, es una guía inexcusable para el ciudadano que desea orientarse en la jungla cultural, social y de entretenimiento de la capital alemana. Con su lenguaje juvenil, crítico e irónico, esta publicación se ha convertido desde hace años en uno de los símbolos por excelencia de la esencia berlinesa. Sus portadas marcan opinión y tendencias. Sus titulares deciden actitudes. Sus artículos llenan cines y teatros o los vacían. Es también un foro de intercambio en una de las urbes donde el negocio del comercio de segunda mano es toda una institución.
Zitty reflexiona esta vez sobre la reaparición en escena de la perla del Spree. Curiosa tragicomedia. Una ciudad destinada a buscarse a sí misma eternamente. Oscurecida durante décadas por un muro exterminador de iniciativas, pasó a un segundo e incluso tercer plano en la antigua Alemania capitalista. Los wessies se olvidaron de la fantástica Berlín cultural de los cabarets de los años 20 o de la de cuna de ciencia y filosofía de siglos anteriores y miraron hacia otros lugares. Tuvo mucho de esa mentalidad federal que rechaza un centro neurálgico y así sucede que Hamburgo, Colonia, Frankfurt o Munich le roban aún hoy día la importancia económica, industrial, académica o editorial. Todavía incluso la cultural. Sólo Willy Brandt luchó con ímpetu por ser berlinés en época de abandonar fácilmente cualquier espíritu guerrero.
Lo cierto es que la urbe parece condenada al eterno debate de ser un agujero de escándalo para el resto del país, lo que sin lugar a duda le corta las alas. Cuando los prósperos teutones apenas conocían el significado del término paro y de su coletilla pobreza, nadie buscaba explicaciones a los desembolsos. Pero ahora cada vez hay más peros y los 70.000 millones de euros de deuda de la ciudad se han dejado de ver como un aspecto secundario. Por fortuna, el dinero es algo que por estas latitudes se interpreta con una relatividad poco prusiana. Así que las hordas de modestia hacen de Berlín una ciudad poco clasista y sí muy heterogénea, abierta y cosmopolita. Los pequeños placeres son muy accesibles y eso es un imán para cientos de mentes bohemias y librepensantes que deciden probar suerte y subirse a una ola que sube y que baja. Que sube y que baja, pero que nunca se queda quieta.