martes, junio 03, 2014

Adiós Juan Carlos... ¿Y ahora qué?

El 2 de junio ya es un día histórico para todos, tanto para los partidarios como para los detractores de la monarquía. Para los juancarlistas, para los futuros y presentes felipistas y para los que no profesamos simpatía por una institución que consideramos anacrónica.
Son muchas las tertulias y debates que en los próximos días analizarán las razones que llevaron al rey Juan Carlos a abdicar en este preciso momento y el escenario que le espera a España (aire fresco dicen algunos). Hasta ahora parecía que su marcha estaría ligada o bien a su muerte o a la incapacidad de continuar ejerciendo la responsabilidad que exige la Corona, y no a un retiro de escena voluntario. Por eso sorprende la decisión, que en realidad había sido tomada hace meses, según la Casa Real. El anuncio de la misma fue pospuesto entre otras razones para no interferir en los comicios europeos.
Se debatirán las razones que llevaron a Juan Carlos a abdicar porque su marcha deja claro algo que ha sido una constante en su reinado: la falta de transparencia y la ausencia de explicaciones. Dos actitudes que, unidas a los continuos escándalos ocurridos en el seno de la familia real en los últimos años, han debilitado notablemente la figura de este rey.
Si la imagen de la monarquía española no está aún más hundida es principalmente debido al colchón de una poderosa herencia del pasado, que algunos pensamos está muy sobrevalorada, y al cheque en blanco –por pasividad y falta de crítica- con el que los dos grandes partidos políticos estatales -y por ende los grandes medios de comunicación- han obsequiado a Juan Carlos en las últimas cuatro décadas.
España se ha abierto mucho pero en realidad la crítica y la censura al rey no han sido posibles con un elevado grado de libertad hasta hace bien poco como tampoco lo ha sido informar con un mínimo de objetividad sobre la Corona en determinados medios públicos e incluso privados.
Sus defensores han ensalzado con frecuencia que el rey fue uno de los principales -o el principal- artífices de la exitosa transición de España hacia la democracia, nuestro mejor embajador en la arena diplomática internacional y de los negocios así como un excelso defensor de las libertades, máxima esta última consagrada con su oposición al golpe de Estado que amenazó en 1981 con llevar al país de vuelta a una dictadura.
No quiero restar méritos a Juan Carlos, aunque sería injusto olvidar que el monarca fue criado bajo el amparo y tutela del mayor dictador que ha tenido España, que tardó horas en pronunciarse contra la asonada comandada por Tejero y que su labor diplomática tiene dos caras bien diferenciadas. Es indudable que su figura ha servido para granjear y consolidar ciertas relaciones de pedigrí en el extranjero (sobre otras no se puede decir lo mismo) pero también es cierto que muchas de sus acciones y notables errores –léase cacerías de elefantes, excesiva tolerancia a la corrupción y otros escándalos- han cultivado una imagen de España con la que una gran parte de la población difícilmente se puede sentir no ya identificada, sino en paz.
Juan Carlos ha ido de más a menos. Y la opinión pública se ha hecho eco de ello. Nunca la Corona había sido tan impopular en España como en 2012 y 2013. Curiosamente, ahora que abdica, el respaldo a la institución estaba empezando a mejorar ligeramente. Sin embargo, nos quedaremos con las ganas de saber cuál es el respaldo real que la figura del rey tiene en la sociedad a la que representa. No cabe ni la más mínima opción de que el modelo de Estado de esta democracia -¡democracia!- sea objeto de discusión en un referéndum a corto plazo.
La Corona está bien protegida por un escudo vitalicio que sujetan los dos grandes partidos sin que por ello les tiemble la mano. De momento. Pero las últimas elecciones han lanzado un mensaje claro a PP y PSOE. Su apoyo popular se ha resentido mucho por su incapacidad para afrontar cambios estructurales y ser honestos con sus votantes. No escuchar al pueblo se puede pagar caro. Esperemos que resulte aún más caro en el futuro.