miércoles, mayo 28, 2008

El consumismo vergonzante



En Pakistán no existían hasta hace poco las grandes superficies comerciales. El comercio estaba destinado a los bazares, tiendas y mercados locales. Pero esto ha empezado a cambiar con la vasta inversión que el grupo alemán Metro ha lanzado, a través de la cual se abrirán centros comerciales de grandes magnitudes en las más importantes ciudades del país durante los próximos meses. En Islamabad ya han roto el hielo con la apertura de un establecimiento el pasado mes y se puede hablar de que están causando toda una revolución. Eso sí, la revolución, como siempre, es sólo para las clases pudientes. Porque la inmensa mayoría de la población ni siquiera puede entrar en Metro. Para ello es necesario tener una tarjeta que acredite que posees un negocio y el mínimo de compra exigido son 2.000 rupias (cerca de 20 euros), en un país donde el salario mínimo marcado por ley es de 4.500 y hay muchas personas que ingresa aún menos (mucha gente en Pakistán cobra en negro). Casi 80 millones de personas se encuentran en situación de “inseguridad alimentaria”, según la ONU, por no poder afrontar la tendencia hiperinflacionista de los productos básicos como la harina de trigo, que escasea. Pero el Gobierno, mientras promete poner parches a esta crisis, no hace ascos a la llegada de inversión extranjera para ayudar a instaurar en el país un modelo de consumo desconocido hasta ahora. Paradójicamente, Metro se erige frente a un campo de refugiados afganos de desvencijados habitáculos. La foto vale más que mil palabras.

La decadente Karachi



Fue la capital política de Pakistán durante mucho tiempo, en ella se casó Benazir y también está enterrado el fundador de la patria, pero el principal centro económico del país, Karachi, es una ciudad decadente. Grandes avenidas flanqueadas de altísimas palmeras y repletas de bancos e instituciones financieras contrastan con cientos de edificios semiderruidos o en un estado lamentable por los que nadie hace nada. Las más importantes firmas comerciales están presentes en los principales lugares de la urbe, pero los restaurantes de lujo están vacíos y los hoteles atestados de cucarachas. Karachi es una ciudad impresionante pero asusta y conmueve al mismo tiempo. Es fácil no encontrar una sola papelera en kilómetros, con lo que la basura se amontona en cualquier lado. Y catorce millones de personas son muchas personas. Un día de paseo por sus calles basta para comprobar la cantidad de suciedad que se puede llegar a acumular en este hervidero de contaminación, en el cual más de la mitad de la población está sumida en una profunda pobreza, no tiene apenas acceso a agua potable y vive en suburbios poco dotados de cualquier tipo de infraestructura básica. Pero quien más paga las consecuencias de tales desastres es su mar, el mar de Arabia, un agitado monstruo gris de arena negra, negrísima. Sólo el animado ambiente de Clifton, con sus vendedores ambulantes, sus mazorcas tostadas, sus dromedarios y caballos ofrece un guiño a la esperanza. Con la actual crisis económica del país, que mantiene todos sus indicadores macroeconómicos en los peores números desde hace mucho tiempo, Karachi ve su esplendor, si algún día lo tuvo, aún más mancillado. Para colmo, la violencia política deja muertos cada semana. Algunos de ellos quemados vivos frente a masas impasibles. Eso sí, merece la pena descubrir la ciudad más cosmopolita de Pakistán.

*Fotos: En la primera imagen aparece una avenida de la ciudad . La segunda instantánea está tomada en la playa de Clifton.

martes, mayo 20, 2008

El periodismo paquistaní


En contra de lo que al principio me imaginaba, Pakistán tiene un periodismo muy aceptable. Aguerrido y combativo, de acción y perseverancia, la rueda de prensa en este país no está hecha ni para los vergonzosos ni para los que no saben meter los codos. Sin turnos de pregunta establecidos, la batalla consiste en gritar el que más, pisar lo máximo al de al lado y moverse de manera que se le vea a uno. Existen muchos periódicos en urdu (y también en otras lenguas provinciales) y unos cuantos en inglés. Estos periódicos son más caros y sus periodistas cobran más dinero (unas 35.000 rupias mensuales, 350 euros). La prensa en este idioma es la única que de momento soy capaz de entender y debo decir que la admiro tanto como la desprecio. La admiro por su espíritu crítico que ayuda a avanzar en la libertad de expresión en un país con algunas carencias, aunque menos de las que uno podría intuir. La rechazo por estar demasiado politizada. Pero no politizada en el sentido de que cada medio esté asociado a una corriente política determinada, sino porque dan mucha cobertura al desarrollo político y entran constantemente en debates meramente especulativos y sin sustancia alguna. Dentro de esa marea especulativa entra también un fenómeno muy anglosajón que es el “sources said”, sin especificar nunca de dónde viene la fuente, como si cada historia por absurda, insignificante e irrelevante que sea, fuese digna de tener una “garganta profunda”.

Me sorprende también la poca implantación urbana de la radio y más viniendo de España, donde este medio es tan popular. En las ciudades apenas se encuentran periodistas radiofónicos, especialmente en lo que respecta a la información. Es cierto que hay muchas emisoras musicales, otras en las que recitan pasajes del Corán, etc... y que el consumo de radio se incrementa en las zonas rurales, donde muchas familias no pueden ni siquiera permitirse la compra de un televisor. Pero en las ciudades, el periodismo más aclamado y consumido, sin margen a la objeción, es la televisión. Las ruedas de prensa se pueden convertir en un suplicio si uno llega tarde porque todas las cámaras han copado ya el poco espacio reservado a los informadores. Decenas de cadenas –la mayoría en urdu, salvo la excepción de Dawn, en inglés- y todas con cámaras pequeñas a la moderna usanza se pelean después por agarrar al portavoz o ministro de turno para que les dedique unos minutos en exclusiva. Esto me agota.

viernes, mayo 02, 2008

La noche sufí de Lahore


En este país, asediado por el integrismo islámico, hay una corriente mística y moderada del Islam que lucha por salir adelante, el sufismo. Sus adeptos, una minoría cercana al millón en Pakistán que tiene una población de 170, creen acercarse a Dios a través de los cantos y la música instrumental. Los jueves en Lahore, capital cultural, son impresionantes. Decenas de grupos suben a una tarima de madera y agitan sus voces ante la atenta mirada de los fieles, que les premian con unas pocas rupias (unos diez céntimos de euro normalmente). Por la noche, el ambiente se relaja aún más, cuando hordas de jóvenes acuden a alguno de los templos sufíes de la ciudad y se embuten en un espacio reducido para dejarse llevar por melodías de tambores y sumergidos en ambientes de aroma de incienso. Muchos se ayudan de drogas, como el cannabis, para evadirse por momentos de la dura realidad y trasladarse hacia otros estadios mucho más relajados. Unos pocos entran en auténtico estado de trance.