Incapacidades lingüísticas
Que la España de hoy se ha modernizado notablemente es tan obvio que no merece la pena dedicar una línea más para explicarlo. Que el español le ha cogido gusto a hacer las maletas y lanzarse a la aventura es algo que también se comprueba a nada que uno cruza la frontera y comienza a oír a personas hablando en un tono de voz notablemente más alto al del resto de la gente. Y sin embargo, como bien sabe Zapatero, el objetivo de dominar una lengua extranjera todavía es una asignatura más que pendiente. Un idioma fuerte, suficientemente agradable y querido en el exterior como para apagar cualquier intención y esfuerzo en los paisanos de un país donde la educación obligatoria no garantiza los más mínimos conocimientos de inglés. Y no será cuestión de incapacidad genética de raza, que para ello ya se ha convenido reconocer internacionalmente que este tipo de memeces argumentales son más que arcaicas y forman parte de un discurso barato y flojo.
Tal es así, que la oveja sale del redil pero enseguida se agrupa con el rebaño cuando los prados son nuevos. En mis experiencias foráneas pocas veces he conocido un grupo cultural tan unido como el español. Quizás los italianos y franceses nos van parejos. Se forman círculos y circulitos, donde conocer a alguien significa multiplicar exponencialmente los amigos inseparables. En Berlín y por extensión, Alemania, sucede además que todo lo que tenga algo que ver con tierras más sureñas, de clima cálido y ritmo menos occidentalizado se acoge de estupendo agrado. No son pocos los que, desde que adquieren mentalidad viajera, se lanzan a chapurrear algo de español y en cuanto comienzan a visitar, primero las Barcelonas y los Madriles, y tiempo después, continentes enteros, dedican esfuerzo y tiempo para aprender a conciencia la lengua de Cervantes. Sí, les cuesta pronunciar la erre, pero no lo hacen del todo mal por norma general.
El alemán no es tan impronunciable como se dice. Sus giros y peculiaridades gramaticales son a menudo objeto de temores pero desde luego, la mejor manera de afrontarlos no es la llamada parallele Gesellschaft (sociedad paralela), en la que la melancolía y la añoranza se evitan con el constante contacto con gente de la querida tierra abandonada. Les ha ocurrido a los turcos, que en centenares de miles viven todavía en una Turquía costumbrista sin aproximarse ni un ápice a la nueva realidad más que para lo absolutamente imprescindible. Y les ocurre a muchos paisanos. En Austria conocí a erasmus que sobrevivieron un año sin hablar alemán y dando patadas al inglés. En Berlín existen ambientes muy concretos donde nada nos parece recordar que nos hallamos en Alemania. Los sábados en Kreuzberg y los domingos en Prenzlauerberg la pelota rueda en el parque y quienes luchan por ella son en su mayoría latinoamericanos y españoles. Son encuentros bonitos, pero no son los únicos. Se repiten demasiado. Pero aún los españoles no tienen la arrogante certeza de que su idioma es objeto de conocimiento de todo el mundo. Porque esa certeza sí que la tienen los angloparlantes y a estos no hay quien los baje del carro. En la mayoría de ellos la posibilidad de aprender una segunda lengua apenas cruza sus pensamientos. Hasta esos extremos no llegamos. Por suerte.
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