miércoles, septiembre 28, 2005

Respirando tranquilidad

En Cleire el verde irlandés se pinta de morado y ya no hay ovejas porque hace un tiempo les daba por irse a nadar con las focas y los delfines. Allí el verano es verano y no esas nubes lloronas que persiguen al resto del país. En otoño se empieza a nublar y semanas después ya no hay quien se quite el chubasquero. La vida sigue su propio ritmo, tradicional y tranquilo, aunque cada mañana el ferry de Baltimore acerca unas dosis de civilización.
Cleire es el punto más meridional de Irlanda. Una diminuta isla que de un extremo a otro apenas cuenta cinco kilómetros. Dicen que hace algunos siglos allí vivían hasta 2000 personas, casi todos ingleses. Las casas derruidas dan crédito a esos comentarios. Ahora unos 120 habitantes insuflan aire en los pulmones insulares. Y ya no son tan ingleses. Casi todos hablan gaélico y contribuyen a la mejora de la situación lingüística dando cada estío conversación a las centenas de chavales que vienen a practicar sus conocimientos.
Allí la gente prefiere beber la local Murphy’s que la dublinesa Guinness porque son muy de Cork. Es algo que les toca la fibra sensible y, aunque sean pocos, tienen tres pubs en los que comentan cada noche que han visto por lo menos veinte estrellas fugaces en un cielo infinito. Los coches son un laboratorio de cicatrices porque no existe ITV y además los caminos están bañados de baches. Todo el mundo tiene una ocupación en Cleire. La mayoría, granjeros; pero me atrevería a decir que hay casi de todo porque a esta diminuta isla no le falta de nada: tiene lago, faro, iglesia, camping, albergue, museo, tienda, bahía y hasta una gasolinera. Eso sí, en diminutas proporciones.
Es agradable sentirse rodeado de agua y verlo con tus propios ojos desde diferentes perspectivas. Desde los acantilados o desde un antiguo faro donde se permiten los fuegos de madrugada y pasear de cuesta en cuesta rompiendo los desniveles, recibiendo los saludos de caras amigas, siempre al acecho de una buena conversación a la irlandesa.
Desde un principio comprendes el porqué de tanta devoción de los habitantes hacia Cleire. Te has olvidado de la ciudad, de sus ruidos y sus olores. Incluso has recuperado algunos sentidos que tenías aturdidos. Al cabo de un tiempo puedes pensar que hay demasiada agua y poca tierra. Entonces Cleire te suelta y te deja volar libre, como libres vuelan los miles de aves que cada año visitan la isla. La visitan y la dejan.


Respirando tranquilidad

1 comentarios:

A las 7:57 p. m. , Blogger azm ha dicho...

Juar juar mi querido Igor, creo que vivimos reaidades paralelas en los polos opuestos, mientras usted goza del tumbarse en un pasto otoñal en medio de una isla de olor a calma; yo trato de disfrutar de la ciudad más grande del mundo, durmiendo en el transporte públcio simpre entre esos constantes 15 millones de personas.

Un abrazo
PD: en enero visito a la vieja y nostálgica europa, espero verlo

 

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