martes, febrero 05, 2013

Te lo contaré todo, salvo alguna cosa


Salvo alguna cosa te juro que te lo contaré todo. Quizás te diga todo o quizás no te diga nada pero seguramente será más de lo que esperabas y mucho menos de lo que querías, y aún así lo intentaré desde el principio hasta el final.

Me explico sin intermediarios. Un día te vi pasar junto al estanque. Ibas con la mirada inconclusa y la razón descuidada. Cuando me quise dar cuenta ya habías hecho todo el camino de las piedras. Todo el camino y todas las piedras. Salvo unos pocos metros que resultaron ser un colchón espacial. Corrí veloz y te alcancé sin que tú notases mi logro.

Me situé detrás de tu sombra, allí donde anhelaba estar. Y tu sombra me cubrió el cuerpo por completo. De arriba abajo. Todo salvo las manos, que se quedaron fuera. Se quedaron en la zona luminosa, de color y de brillo. En la zona desprotegida de tu amparo.

Jugué a camuflar las manos y se volvieron juguetonas. Jugué a enseñarlas y se volvieron serias. Y la seriedad se convirtió en desliz. Sentiste que te seguía. Te detuviste y giraste tu mirada inconclusa y con ella tu razón descuidada. Todo en ese giro eterno se paró. Se pararon los minutos, el viento, los susurros y el sol. Se pararon también la lluvia, los pájaros, la cafetera, el triciclo y las ranas.

Todo se paró menos nuestros corazones, que seguían latiendo. Latían con una cadencia lo bastante fuerte como para ser notoria y lo bastante rápida como para ser distinta al movimiento que uno esperaría de su órgano motriz en un entierro, durante un telediario o al término de una partida de cartas.

Entonces tu mirada fue conclusa y tu razón atenta. Me preguntaste si te seguía desde hacía mucho tiempo. Yo no sabía que contestar. No sabía si decirte toda la verdad o toda la mentira. Te dije que te había seguido desde siempre, salvo desde cuando no te conocía. Entonces esbozaste ese pentagrama en tu cara. Que era todo lo que yo quería. Eso era todo, sin salvedades.