viernes, noviembre 24, 2006

El vino nos gustó a todos

Lo español y lo latino despiertan emociones por estas latitudes. Son tierras calientes, de palabra rápida y animada, de pocos circunloquios y miramientos. Algunos todavía creen incluso en el Spain is different, que ya no lo es tanto, aunque se puede vender que hacemos siesta cada día porque nos sobra el tiempo. El juego es divertido hasta que no existe otra cosa que los estereotipos. Entonces se torna aburrido. Si no… ¿para qué nos hemos modernizado? ¡Que nos ha costado casi cuatro décadas liberarnos de una pesada losa de imposiciones y oscurantismo! ¡Y tuvimos que esperar hasta que se muriese el canario! Ahora que ya nuestra democracia es joven –ni niña, ni adolescente, entrando en la edad adulta que es bien distinto!- se debería empezar a respetarnos. Si además tenemos a Zapatero que se apunta a todo lo más moderno, no caben excusas para no merecernos a pecho un sitio en la vanguardia de la modernidad y el progreso.

¿Y qué pasa con Latinoamérica? Soy un profundo desconocedor y me disculpo de antemano. Parece que España lleva un poco lo voz cantante. La pérdida colonial supuso también un deterioro en las relaciones entre el país cervantino y la herencia colombina. Pero nos reincorporamos a esa democracia que apenas conocíamos (¡qué triste bagaje democrático tenemos!) antes que nuestros paisanos lingüísticos y esto nos ha dado un punto de admiración. Y lo de la UE ya fue lo más, aunque sin exagerar, ¡ojo! Qué decadencia la española desde el Siglo de Oro. A veces me pregunto por qué el segundo idioma (tercero según algunas estadísticas) con mayor número de hablantes en el planeta no ha sido capaz de escribir una filosofía decente. Baste compararse con los alemanes o las franceses y la risa es de autocompasión. Por lo menos algunos en el exilio siguieron rascándose la cabeza. Siempre nos quedará París, aunque a mi esta ciudad ya no me dice tanto que queréis que os diga. Demasiado clasista. Demasiado cara. Demasiado francesa. Todo es demasiado y no será animadversión el problema.

El caso es que los españoles e hispanos llegamos tarde a todo. También a las citas. Pero lo hacemos para darle importancia a los encuentros, así que el gesto no desmerece. Este miércoles decidí acercarme a esa institución tan mega chuli que nos hemos sacado de la chistera hace ahora quince años: el instituto Cervantes. ¡Cómo somos! ¡Que no se diga que una cultura como la nuestra no está bien representada! En Berlín el edificio es majestuoso, de lo más chic. Y la agenda no está mal. Eso sí, en Latinoamérica nos acusan de españocentristas (el neologismo es cosecha mía no os preocupéis), pero bueno, al fin y al cabo, si nos ponemos así, los impuestos vienen de Cataluña, digo de España. A ver si el Goethe Institut se acuerda de Austria, Suiza, el Tirol del Sur y otros tantos territorios germánicos. No mucho la verdad.

Pues mira tú que ayer la cosa iba de Colombia. De colombianas para ser más agradable. Y allí tuvimos al trío de féminas de la pluma (entre ellas la barcelonesa desde hace unos añitos, Ángela Becerra) explicando que eso de la literatura femenina es un misterio, que no se sabe si existe. Al menos ellas no se han dado cuenta. ¿Para qué tantas clasificaciones? Yo me apunto a la tesis, qué os voy a decir. Las introducía y desintroducía uno de esos expertos de lo hispano y de lo español que tanto abundan. Están pesaditos últimamente. Lo peor es que a veces se creen que nos conocen mejor que nosotros mismos. ¡Pero si todavía no sabemos ni quiénes somos! Que ahora España es un compendio de naciones, realidades nacionales, nacionalidades históricas e identidades nacionales. ¡Jo qué lío!

El traductor y periodista, que se ve que había descubierto cosas importantes en Colombia en sus años mozos, se las gastaba de gracioso. De esos que hacen reír y consiguen que el público se interese por algo. Lo cual es de agradecer. El problema es que no debió percibir que el 80% del público era de tierras calientes. Le llegó tarde. Ángela Becerra leyó un fragmento de su último libro en el que explicaba cómo dos viejecitos de ochenta años, que habían tenido un apasionado romance de cuatro días durante la adolescencia y que después habían estado toda la vida separados, se reencontraban por primera vez después de tanto tiempo. En el pasaje leído, el hombre se acercaba a la mujer y la besaba. Y ella le preguntaba: “¿debo saber a vieja?” A lo que él respondía: “¿a vieja?... No, a vino. ¡Gran Reserva!”. La risotada fue colectiva y abrumadora. Agradable. Y el experto de lo colombiano se permitió la licencia de contribuir: “Ángela, tú tienes algo en tu literatura que es admirable por poco común en tu país”. La audiencia se relamía ante el cumplido, joe el alemán como piropea. A la que este va y dice: “¡Tú tienes humor!”. Oye macho, qué revuelos nos armas. Claro, y el murmullo se hizo notar: “¿Pero será posible?, ¡cómo si en Colombia sólo tuviéramos terrorismo!, ¡que también nos sabemos reír!” Una paisana empezaba a rezumar necesidad de crítica, a cada comentario del alemán soltaba un mmummuh. A veces también eran moooooomohomo o miamioaaaamooah. También era pesada la tía, no se daba cuenta de que era espectadora. Eso es lo peor os lo juro. Como si fuese la única a la que no le había gustado el comentario.

Bueno, pues no acabó ahí su contribución. No estando satisfecho se marcó otra frasecita minutos más tarde: “¡Cómo ha cambiado Colombia en los últimos tiempos! Cuando yo estuve por primera vez, hace ya más de treinta años, sólo había tres tipos de mujeres: prostitutas, amas de casa y vírgenes”. Se oyó claramente que la risa era muy masculina. El chiste en el fondo no era malo, aunque sí muy machista y poco adecuado. Tampoco estaba sentando ninguna certeza categórica. Pero el contexto es el contexto, no hace falta que explique más. Y esta fue la tumba de su crédito con la audiencia. A partir de entonces hablaron más los murmullos que el alemán y la paisana se despeinó y dijo lo suyo sobre la emancipación de la mujer, el eurocentrismo y tal y cual. Que si llevaba muchos años viviendo en Alemania y no se atrevía a juzgar a los animales, digo a los alemanes. Desde luego este fue un comentario animal. Y así fue que el vino después nos sentó tremendo. Porque eso sí, el vino nos gustó a todos.

domingo, noviembre 05, 2006

¿Tendrá por fin España una segunda Transición?

En la Alemania de hoy nadie se imaginaría una voluminosa estatua de Hitler en la plaza mayor de ninguna ciudad importante. Tampoco una avenida que recordase a los ciudadanos la figura de Goebbels o los méritos de las Waffen SS. Desde hace tiempo este tipo de reliquias forman parte de los libros de Historia y de los museos. En España, sin embargo, el fascismo todavía tiene una presencia importante en la vida de los españoles. El dictador Francisco Franco mantiene estatuas en ciudades como Santander o Melilla, su predecesor Primo de Rivera dispone de un monumento en la sureña Granada y en Madrid es posible encontrarse con calles como Arriba España o Caídos de la División Azul (contingente del Ejército español que combatió junto a los nazis contra la URSS).

La transición española fue elogiada en su momento. Después de casi cuatro décadas de oscura dictadura, representantes políticos de colores bien distintos fueron capaces de hacer llegar la democracia y la libertad a base de diálogo y consenso y evitaron así otro derramamiento de sangre. Pero ese pacto de perdón “se ha transformado con el tiempo en otro de olvido, colocando al mismo nivel a quienes lucharon por defender la democracia y el poder legalmente establecido y a quienes protagonizaron el Golpe de estado”, tal y como afirman los socialistas.

Cuando se acerca el 31 aniversario de la muerte de Franco, las encuestas publicadas en las últimas semanas muestran que una clara mayoría del pueblo español es partidaria de que se investigue todo lo relativo a la Guerra Civil, se descubran las fosas comunes y se rehabilite a todos los afectados. Incluso entre los votantes del conservador PP también triunfa el deseo de recuperar la memoria. Por otra parte, prácticamente la mitad de la población cree que 70 años después del conflicto aún existen dos Españas enfrentadas.

Una de las promesas de Zapatero antes de convertirse en presidente fue que se abordaría esta situación aprobando una Ley para la Memoria Histórica. Pero una vez en el Gobierno esta decisión se hizo esperar demasiado. Los partidos políticos situados más a la izquierda del arco parlamentario comenzaron a presionar y presentaron ambiciosas alternativas. Finalmente, antes de verano, el Gobierno presentó un proyecto de ley que no dejó conforme a nadie. Las asociaciones antifranquistas y grupos de izquierda lo vieron “insuficiente”. El PP “innecesario e imprudente”. De la misma manera que muchos de los alcaldes de este partido ven imprudente retirar la simbología franquista que aún permanece en los callejeros de numerosas ciudades españolas porque “supone un enredo o es parte de la Historia”. Y así lo manifestaron en Estrasburgo hace unos meses cuando el Parlamento europeo condenó con una amplia mayoría el régimen franquista mientras que los conservadores se quedaron solos haciendo oposición junto con la extrema derecha polaca.

El texto que se tramita en el Congreso y que de momento no tiene demasiados apoyos garantizados (sólo los nacionalistas conservadores vascos y catalanes) prevé, entre otras cosas, la localización e identificación de víctimas del franquismo así como la descongelación de pensiones a familiares, la inversión en un Centro para la memoria histórica en Salamanca, la reforma del Valle de los Caídos o el reconocimiento de la inocencia para todos los condenados en juicios de carácter político. Respecto a los símbolos, escudos y placas relativos a la Guerra Civil, se obligará a retirar aquellos que honren a un solo bando de los edificios y lugares de titularidad estatal. Sin embargo se deja en manos de las CCAA y de los ayuntamientos la retirada del resto de símbolos, como los nombres de las calles. Y nadie garantiza que de la Iglesia nazcan iniciativas en esta dirección. Es honrable la iniciativa de Zapatero de adentrarse en un terreno delicado. Pero una vez dentro no valen las reformas menores.